Alivian el dolor, ayudan a regenerar y reparar los tejidos, favorecen los mecanismos de autocuración del cuerpo, reducen la inflamación, promueven la división celular, les aportan más energía y facilitan sus funciones, potencian el sistema inmune, evitan la formación de cicatrices y reducen las arrugas... entre otras propiedades. Y lo mejor es que lo hacen de forma indolora, segura y no invasiva en sesiones que duran apenas unos minutos. Hablamos de los láseres blandos o de baja energía, tecnologías con las que manos expertas consiguen estimular el organismo para que éste se cure a sí mismo más rápido.
La terapia con láseres de baja potencia -también conocidos como láseres blandos- no es más que la aplicación de un haz de luz monocromática de alta intensidad sobre la zona específica del cuerpo que se desea tratar y en la que, por efecto de ese láser, empiezan a producirse una serie de reacciones químicas que conducen a una curación más rápida y efectiva de los tejidos tratados. Y es que está comprobado que este tipo de luz -en concreto la que corresponde al espectro visible del color rojo- estimula el sistema inmune, alivia el dolor, acelera la división celular, aporta más energía a las células y facilita la regeneración rápida de las heridas y lesiones de los tejidos blandos, entre otras propiedades que explicaremos a continuación. Adelantamos ahora que se trata de una técnica indolora, no invasiva y muy segura que se está utilizando cada vez más en distintas ramas de la Medicina con resultados satisfactorios.
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